jueves, 28 de marzo de 2013


“Desde muy jovencita le agarré amor a la elaboración de los sombreros y aquí estoy”

En la población de fuentidueño es admirable la laboriosidad de Luisa Rojas de Díaz, quien a los 92 años aún arma los sombreros de cogollo. Ha enseñado a los suyos, pero lamenta que en el municipio no haya escuela de formación artesanal.
Yanet Escalona

Luisa Rojas de Díaz trabaja en su casa.
Foto: VANESSA RANGEL
En la pintoresca calle de Fuentidueño donde vive Luisa Rojas de Díaz ya no está Efigenia Villarroel, más conocida como “La Niña”, quien fue la persona que le enseñó a hacer sombreros de cogollo. Ambas eran jóvenes y tenían todo el entusiasmo del mundo, con ánimo de echar para adelante en un pueblo  donde no había empleos y de alguna manera tenían que mantenerse.
Con sencillez esa historia es resumida por Luisa Rojas de Díaz, quien a los 92 años aún se sienta frente a la máquina de coser y arma todo tipo de sombreros; ya no con la misma energía de juventud, pero sí con la destreza de quien domina lo que hace. Esta cultora popular nació el 5 de diciembre de 1920 en Fuentidueño, hija de Marcolina Rojas y Epifanio Gómez, quien murió cuando ella tenía apenas siete años. Ante la ausencia del padre, su mamá tuvo que fajarse para mantener el hogar. Lavaba y hacía arepas, pero desafortunadamente también murió joven, de modo que Luisa quedó bajo la responsabilidad de sus hermanos. Creció dándole el valor al trabajo honesto y ayudando en la casa como era la costumbre de antes, donde nadie “flojeaba”. Todos colaboraban.
Puertas Abiertas
En su casa de Fuentidueño, a pocos kilómetros de San Juan Bautista, a la luz del día todavía viven puertas abiertas, aun cuando, sobre todo de noche, la delincuencia comienza a estar al acecho. La sala es su taller de costura y el porche el lugar para que su hija Luisa teja las crinejas del cogollo.
“Le agarré amor al sombrero y aquí estoy, haciendo los encargos que todavía me hacen”.
Su tiempo pasa sin apuros, concentrada en lo suyo, satisfecha cada vez que observa sobre la máquina el producto de su esfuerzo.
“Primero yo era costurera de ropa de mujer, con encargos de gente de la calle. Hacía vestidos, pantaloncitos que cosía a mano porque todavía no había máquinas. Las más solicitadas eran las sayas, especie de falda, pollera o enagua que constituían la prenda de vestir femenina más solicitada de la época. Colgaba de la cintura y cubría las piernas”.
Con cierto humor se queja de lo gordas que eran muchas de sus clientas y le tocaba entonces coser bastante, a la hora de hacer las sayas.
Tiene fija en la memoria la ocasión cuando al verla con tantos quehaceres, un día su vecina “La Niña” le dijo: “Mija, hasta cuándo coses trapos, voy a enseñarte a hacer sombreros”. Así aprendió este arte.
Hace unos 20 años Luisa Díaz veía pasar “tours” de visitantes  extranjeros que eran llevados a su casa para que ella les mostrara cómo se hacen los sombreros. También vendía bastante, pero desde hace algún tiempo ya no vinieron tanto como antes y decayó la venta. Incluso hubo un tiempo en que se pensaba que ya no podría vivir de los sombreros, porque no tiene pensión
De los recorridos de turistas extranjeros solo queda el recuerdo y los “retratos que me envían desde Alemania y otros países”. También una foto que cuelga en la pared, de alguien que se la trajo como testimonio de admiración por el trabajo que realiza artesanalmente.
Afortunadamente, el sombrero “revivió” con la incorporación de otros modelos que lo hacen competitivo. Aparte del tradicional sombrero de cogollo, surgieron las pavas y los “peluitos” que son encargados para las fiestas, bodas y cumpleaños. Están de moda y a los invitados a estos eventos se les sorprende con originales sombreros en la llamada “hora loca”. También han inventado unos sombreros especiales para los novios, cuando hay encargos.
La “pava”, para las mujeres, es de ala ancha y en algunos casos con franjas de colores. Utilizan para teñirla un polvo llamado anilina que es traído de Colombia y se diluye en agua. Es entonces cuando el sombrero tradicional se salpica de color.
Tomado de El Sol de Margarita

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